Con esa FSH nunca serás madre

Esta frase, disparada a bocajarro por mi ginecóloga justo antes de deslizar por su mesa un papelito con el nombre de una clínica de reproducción asistida: “Diles que vas de mi parte y te tratarán muy bien”, marcó el inicio de esta web.

 

Pero eso yo aún no lo sabía. 

Solo sabía que tenía las hormonas de una mujer de 50 años y que, en un segundo, esa doctora, sin un ápice de tacto ni humanidad, había arrasado mi vida y convertido mi futuro soñado, repleto de nietos correteando por un porche soleado, en un desierto de silencio y soledad.

 

Tenía 29 años y me esperaban seis de tratamientos, de sentir que mi vida no me pertenecía, de sumergirme a pulmón en un profundo océano de pruebas, ciclos, hormonas, pinchazos y pérdidas.

Devastadoras pérdidas.

 

Para la ciencia no eran más que pequeñas células. 

Para mí, un universo de posibilidades, de nanas, de risas resonando por los rincones, de olor a nuevo y de cuentos leídos al pie de la cuna que se creaba y destruía cada 28 días.

Una montaña rusa de emociones que siempre acabó con las paredes del dormitorio rezumando silenciosas lágrimas, con la tristeza agazapada en los cajones, con el aterrador vacío de sentirme demasiado mortal.

 

Podría decirte que Leo llegó a mi vida casi sin esperarlo, pero te mentiría, ya que nunca perdí la esperanza de acunarlo entre mis brazos.

Lo soñé tanto y tan fuerte que me despertaba con su olor pegado a las sábanas, a mi pijama, a mi piel.

Y solo quería dormir para encontrarlo una vez más.

Otra noche más.

 

Y ¿por qué me estás contando todo esto?, te preguntarás.

Porque quiero que entiendas lo que pasó cuando por fin aparecieron las dos rayitas rosas en la prueba de embarazo.

Después de la euforia inicial, del corazón acelerado, de las manos temblorosas y el nudo en la garganta ahogando gritos de alegría, pues la ciudad aún dormía.

Después de caminar nerviosa, pasillo arriba, pasillo abajo y mirar una y mil veces el Predictor para comprobar que no era otro sueño más del que me iba a despertar.

Después de todo eso, una duda se apoderó de mi alma, de mi cuerpo, de mi cerebro, de cada una de mis células.

 

¿Cómo le van a afectar todas las hormonas que me he estado metiendo estos años?

Una pregunta a la que ningún médico supo responder.

¿Cómo le van a afectar todas las hormonas que me he estado metiendo estos años?, me preguntaba incesantemente.

 

Ese pensamiento-lavadora me llevó a querer hacer una canastilla con cosméticos ecológicos para Leo, con el ánimo de aligerar la pesada carga tóxica que le iba a transmitir.

Y me puse a investigar sobre los ingredientes que leía en los envases de los productos de bebé.

 

Pero todas mis dotes de periodista se iban por el desagüe porque no entendía ni una palabra de lo que ponía en esas etiquetas en las que ni me había fijado hasta ese día:

¿Methylparaben?

¿Sodium Laureth Sulfate?

¿Cocamide DEA?

¿Phenoxyethanol?

 

¿Qué mierdas era todo eso?

Y empecé a leer, casi diría a obsesionarme, con las leyes, las webs de la UE, el Reach, Eurostat y con ‘papers’ científicos extremadamente complicados de entender para sacar algo en claro sobre esos ingredientes en los productos de bebé.

Y el hilo, lejos de desenmarañarse, se liaba más cada vez.

 

Hasta que todo explotó en mi cerebro.

Tardé en darme cuenta de que ese momento lo cambió todo.

T O D O.

 

Le dio sentido a los seis eternos años en los que cada instante se masticaba como la arena que se te mete en la boca al sacudir la toalla en la playa.

Sientes como cruje cada puto segundo.

Un tratamiento más.

Un mes más.

Un año más.

 

Todos esos años, en los que la tristeza en mi casa era tan densa que se podía cortar con una navaja, encontraron su por qué.

Porque aquel día, gracias a la falta de agallas de la UE, decidí crear un blog para compartir con el mundo lo que acababa de descubrir y que tan enlazado estaba con todo lo que me había pasado.

 

13 años más tarde, sigo obsesionada con contarte todo lo que esconden las etiquetas de los cosméticos, de los limpiadores y utensilios de tu hogar, de tu ropa… y de todos los tóxicos que hay detrás.

 

Por eso, cada día en mi mail diario te cuento algo sobre ellos, esos pequeños cabrones que te están robando la vida, sobre mindset, sobre alternativas sin mierdas, sobre emprendimiento…

Cada día una historia que contar alrededor del fuego.

Algunas dan risa y otras… dan miedo.

 

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